Esta noche tan solo muero,
Y muero en sueños,
En las entrañas de mi ser,
nueve y treinta,
declaración de escucha,
y esa muerte de vida infinita,
in fine tempus
corpus naturálibus
in púribus pectore cordis occident.
Y no existe problema en desprenderme,
Sino en el egoísmo del ayer,
Que me recuerda la sentencia
De la víctima incorpórea.
Y predominantemente ausente,
Perdido en el dolor de ese olvido.
Y una boca vacía, ¿porqué?
Por la fémina raptora de ilusiones,
Que se pierde entre la noche,
Que me engaña sin temores,
Que me invita su ambrosía.
Respuestas ilegibles,
Inaudibles despertares,
Y muy a su pesar,
Obligada está a llevarme a cuestas.
Y en su mirada aguda,
Me observo enfermo de esa miel efímera,
Que en un frenético gemido,
Escribe a un legajo
Mi destino.
Suplicante a cuestas,
Mas no embargable aullido,
Que calla hacia el final,
Con un murmullo retenido.
Y el graznido compañero,
Al mismo tiempo que la hermana,
El uno reprocha ese convite,
La otra, en llanto yace congelada.
Mas tardío el ímpetu pueril,
Que añejado el vino
Se vacía febril hacia sus piernas,
Y en su blanca e indecente carcajada,
Me despide y me saluda con un beso.
Arrojado en arrebato hacia sus curvas,
Extasiado en su mirada, me domino,
Y caigo hacia su pecho descubierto
Y abatido, al fin, inclemente hacia sus pies.
viernes, 20 de febrero de 2009
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